lunes, 20 de diciembre de 2010

Maruchi y Fidel, los padres de Jesús, nos han hecho llegar esta carta que, con emoción y un infinito agradecimiento por sus palabras, incluimos aquí, dado que ellos quieren que el mensaje llegue a todos los compañeros de Jesús. Nos sentimos honrados y muy felices de haber contribuido con nuestro trabajo a mitigar de alguna manera la pena que la falta de Jesús les ha causado. Un abrazo muy fuerte para ellos.

Querido Dani:
Somos los padres de Jesús y nos dirigimos a ti, pues sabemos que nuestro hijo te quería. Pero hay compañeros y amigos a los que no sabemos ponerles nombre, por eso te pedimos que hagas llegar nuestro mensaje a todos ellos.
Os agradecemos de todo corazón el consuelo tan grande que nos habéis proporcionado con ese emotivo “IN MEMORIAM”.
Gracias, Agustín, Dani, Fernando… a los creadores y organizadores de ese “blog” en el que habéis puesto tanto cariño e ilusión.
Gracias a todos los que le van dando contenido para así, mantener el recuerdo de Jesús, compañeros, amigos, alumnos…
Sabed lo mucho que para nosotros ha significado ese regalo, ahora es el mejor tesoro que tenemos para recordarlo con una sonrisa. En todos los comentarios encontramos añoranza, cariño, sinceridad y humor, ¡es increíble lo que habéis hecho!
No podíamos imaginar mejor homenaje, tan cálido, tan humano y tan sencillo.
Sabemos que Jesús estaba orgulloso de “su” Escuela de Óptica, de sus compañeros, de sus amigos y, de una manera especial, de sus alumnos… ¡qué razón tenía!
Feliz Navidad a todos y que la disfrutéis con vuestros seres queridos.
¡Que Dios os bendiga!
Un abrazo.

Maruchi y Fidel

martes, 23 de noviembre de 2010

Hola a todos los que os seguís acercando por aquí. Un par de novedades:

- he incluido el texto de mi alocución el día del homenaje (bueno, el texto de partida, porque luego lo reduje e improvisé algo),

- ante las muchas peticiones para obtener el libro homenaje, del que sólo pudimos imprimir unas cuantas copias, os indico que basta con que me mandéis un mail a la dirección de aquí (homenajezoido@gmail.com) y os enviaré el pdf del libro completo (que, por otro lado, contiene esencialmente los textos de este blog).

Os reitero, por supuesto, de mi parte y de parte del resto de los organizadores, mi más sincero agradecimiento por vuestra participación en el homenaje. Fue un acto emocionante, tierno y también con momentos muy divertidos. Fue un acto, pues, como Jesús era. Y eso era todo lo que se pretendía.

Un beso muy grande para la familia. Y por aquí seguiremos.

Agustín

Palabras para Jesús, por Agustín González Cano

Queridos amigos,

para mí es un auténtico privilegio el poder intervenir en este auditorio y oficiar así de este modo de portavoz de tantos compañeros en un momento tan solemne y en un acto tan entrañable como éste. Pero, a la par que un privilegio, es también una inmensa responsabilidad. Intentar glosar en un tiempo tan breve una personalidad tan rica, de tan múltiples facetas como la de Jesús es un ejercicio imposible. Renuncio a él desde este momento, trataré sólo de esbozar brevemente cuál fue su trayectoria académica, trayectoria que compartimos muchos de los aquí presentes, y de evocar su figura a partir de palabras que ni siquiera serán mías, sino de todos, las de todos los que han contribuido a la redacción del libro homenaje, esas palabras que aparecen y aparecerán ya siempre allí y en el blog que abrimos a tal efecto.

Durante estas semanas el mantener el blog se ha convertido en un trabajo realmente gratificante para mí: puedo decir sin exagerar que es una de las tareas que con más gusto he llevado a cabo desde que estoy en la Universidad, y ha sido así porque el elevado número de textos que hemos recibido no sólo constituye una abrumadora muestra de ternura y cariño hacia el Jesús que todos quisimos tanto, sino que además resultan componer, en su multiplicidad, un extraño diamante, de tantísimas facetas como tenía Jesús. Cada uno con su estilo, cada uno desde su particular ángulo (y cuántos ángulos fuimos capaces de encontrar, y qué insospechados), nos regaló su pincelada para completar un retrato preciso, emocionante, tan exuberante y vital como Jesús era, y ninguna de esas pinceladas estuvo de más. Y tantas otras palabras que no quedaron registradas allí, y tantas otras presencias que acompañaron a Jesús en su andadura han dejado también allí y aquí su huella, y el resultado es esta hermosa obra de arte que hoy culminamos: la manifestación de nuestro cariño, de nuestro respeto por Jesús, de nuestra añoranza de Jesús, pero sobre todo de la alegría de haber conocido a Jesús. Y es Jesús el responsable de este pequeño milagro de que tantos hayan cogido la pluma o el teclado del ordenador y hayan dejado salir sus emociones, sus sentimientos y hayan compartido unos con otros y con todos los demás textos de variadas longitudes, de diferentes grados de intensidad, pero todos de una autenticidad que pone la piel de gallina, una autenticidad que es, por supuesto, la que siempre definió a Jesús.

En mi contribución a ese gran retrato o gran paisaje calificaba a Jesús de mi contemporáneo (o, por mejor decir, me reconocía con orgullo como contemporáneo suyo). No ostento mucho más mérito que ése para estar ahora subido en esta tribuna: el haber sido beneficiario de ese afortunado azar. Pero, desde esa condición casi mágica que me permite compartir la perspectiva de todos estos años con ustedes y también con Jesús, me gustaría, sólo un momento, y ya que éste es un acto que organiza, como no podía ser de otro modo, la Escuela de Óptica, recordar qué es la Escuela, qué fue la Escuela para Jesús y sobre todo Jesús para la Escuela. Porque, a la par de contemporáneos, las circunstancias quisieron que fuéramos también otra cosa: pioneros, miembros de esa generación de profesores que pobló la Escuela en la segunda mitad de la década de los ochenta del pasado siglo. Hoy, precisamente hoy, se cumplen veintitrés años de mi incorporación a la Complutense. Jesús entró un par de años después, otros ya andaban por aquí, pero habían entrado apenas un par de años antes. No es que no existiera la Escuela, no es que otros profesores no nos hubieran precedido y hubieran aportado su esfuerzo para crearla, para consolidarla: todo homenaje para ellos es poco. Pero, cuando llegamos esa generación de contemporáneos que hoy constituimos el grueso del profesorado de la Escuela quedaba tanto por hacer… ¡Estaba tan lejos la Escuela! Mucho, mucho más lejos que ahora, casi en otro planeta, casi en el corazón de las tinieblas. No se olvide que no se podía llegar aún por la M-40, que ni se soñaba siquiera con el eje O’Donnell, que la Avenida de Guadalajara limitaba con la mayor extensión de chabolas de la ciudad, que no se habían ni diseñado calles por las que hoy transitamos, como Aquitania, que la enunciación de la mera posibilidad de un centro comercial como el de Las Rosas hubiera promovido la carcajada. Hasta el Metro estaba más lejos que ahora de la Escuela, porque para llegar a él había que atravesar espacios salvajes donde uno podía tener malos encuentros: se organizaban convoyes en la puerta para navegar por mares tan procelosos a las horas increíblemente tardías en que se salía de aquí entonces.

Hubo en esos tiempos heroicos muchos laboratorios que montar, hubo muchos, muchísimos exámenes que corregir, listas que ajustar, asignaturas enteras que desarrollar, infinitos cambios de planes de estudio. Todos arrimamos el hombro, qué duda cabe, pero qué bien cuadra, no me digan que no, esa imagen del incansable Jesús, en sus horarios de las antípodas, agarrando el soldador durante horas, para simbolizar la dedicación apasionada y generosa del profesor universitario, que tan claramente se pone de manifiesto cuando las condiciones en las que se imparte la docencia no son las óptimas. Qué acertados son todos los comentarios (ojo: de compañeros, pero también de ex-alumnos, valórese este dato como merece) que recuerdan cómo Jesús nunca sabía cómo marcharse de las clases, cómo se embadurnaba de tiza, cómo estaba siempre disponible para atender a un alumno o para discutir de los temas más variados. Si tuviésemos que ponerle una cara y un nombre al amor por la docencia, a eso que podemos llamar vocación, con todas sus resonancias sacerdotales, la cara y el nombre de Jesús, desde luego, no desentonarían.

Pero si Jesús fue un pionero en la Escuela no lo fue menos en la Cueva, en el grupo de investigación que se formó en aquellos años de nuestra llegada en torno al profesor Bernabéu. ¡Vaya tiempos aquellos! De nuevo, la necesidad de fundar, de crear: compras de material, tareas peregrinas (alguna se ha convertido en legendaria, como la de la señal de tráfico de los millones de LEDs), trabajos que se prolongaban por horas o días o noches… Y todo en un ambiente literalmente maravilloso. Y no exagero ni me dejo llevar por la nostalgia: todos los que vivieron aquello saben que no miento. Y de nuevo Jesús como constante presencia benéfica, con ese buen humor, representante de una vitalidad que lleva siempre aparejada, para ser de verdad, su poquito de caos, su poquito de desastre.

No parecerá sorprendente que en un acto como éste un orador ensalce al homenajeado, y que además asegure a la concurrencia que sus elogios son merecidos. Bien: yo ensalzo a Jesús como a un universitario ejemplar, un investigador y docente entusiasta, infinitamente generoso. Y aseguro a la concurrencia que esos elogios son merecidos. Y la concurrencia sabe que lo son, porque la concurrencia conoció a Jesús y sabe que no es preciso mentir o exagerar para hablar bien de él.

Pero, con todo, este justísimo reconocimiento de los méritos universitarios de Jesús palidecería si se comparara con el que le debemos por sus méritos exclusivamente humanos. De nuevo me remito a lo que han dicho sus amigos, sus compañeros: excelente (y agotador) conversador, diestro en el arte de la diversión y el encuentro (ese Iron que casi todos mencio-namos), desastroso en la puntualidad, pero cálido, acogedor, una de esas personas a las que uno agradece simplemente que vengan, que anden por ahí, que existan. Y valiente, muy valiente, y también a ratos inconsciente, que es algo que no se sabe muy bien cómo distinguir a veces de valiente: explorador en Vespa, de África y de Madrid, fotógrafo, organizador de exposiciones artísticas, orador furibundo que expresaba elocuentemente sus anhelos de justicia social, su incomodidad por la existencia de tan terribles desigualdades entre los pueblos de la Tierra…

Un tío irrepetible, qué quieren que les diga. Único en su género. Alguien que merece la pena haber conocido, alguien que simplemente es imposi-ble que se muera del todo: Jesús Zoido y muerte son términos tan contradictorios que su sola asociación parece una inconsistencia física de un calibre tal que se necesitaría un investigador tan aguerrido como Jesús para explicar cómo un universo que no se haya vuelto completamente loco puede permitirse semejantes desmanes.

No es preciso, creo, añadir nada más. Salvo, por supuesto, lo más impor-tante: más allá de que este acto nos permita a nosotros, sus compañeros de la Universidad, en este marco académico, homenajear al profesor que fue Jesús Manuel Zoido Chamorro, lo fundamental es recordar que entre todos constituimos un mapa de Jesús, que cada uno ostenta en su corazón un trocito de Jesús, un trocito dulce, uno de esos de los que uno no querrá desprenderse nunca, como Cuqui nunca querrá desprenderse de esa camiseta que hicimos (qué bonito tu texto, Cuqui), y que ese mapa, ese retrato, ese paisaje, son intangibles, sólo se suscitan cuando nos juntamos todos, como ahora, como aquí, y que ahora, aquí, ese mapa de Jesús, de tan variada orografía, de tan rica flora, es, gracias a que estamos juntos, tangible, visible, y así, humildemente, y con todo el cariño, podemos entregárselo a quienes Jesús más quería, a su familia, a su mujer Ferdulis, a su hija Awita.

Y ya, por supuesto, me callo, porque si no, me parece, vendrá Jesús y me dirá: “mira que eres pesado, Agustín, acaba de una vez y vámonos a tomar ya esas cervezas”. Claro que sí, Jesús, cuando quieras. De hecho, desde hace unos meses todas las cervezas que me tomo me las tomo contigo. ¡Brindo por ti, maestro!

lunes, 15 de noviembre de 2010

Zoido, por Héctor Guerrero

El tiempo le dijo al tiempo lo que no sabía el tiempo. Nunca habría ni imaginado que acabaría escribiendo unas líneas sobre Zoido, veinticinco años después de haberle conocido, en una avión chino rumbo al lejano Japón. Bebiendo cervezas Yan Jing, y tratando recordar vivencias casi olvidadas, me he sorprendido a mi mismo emocionado y con lágrimas en los ojos. La retrospectiva me hace caer en la cuenta de lo que hemos perdido, y de que no podremos estar nunca más con el gran Zoido, lo cual me entristece. Aunque desde hace un tiempo casi no coincidía con Jesús, él siempre estaba ahí, dispuesto, eso sí, cuando no se olvidaba de que había quedado contigo, de llegar a la hora acordada, y de esas minucias que nunca le condicionaban. Este vuelo a Pekín es propicio para liberar sentimientos y ciertamente ¡Me da igual qué me vean así! Me encuentro totalmente desacoplado de esta gente oriental, tan extraña y anónima, con la que sinceramente, poco, muy poco tenemos en común. Me verán como a un ‘occidental débil’, reflexionando sobre alguien que tristemente se nos fue, de la manera más insospechada, tal y como le acontecía siempre a Don Jesús. Pero si ellos hubieran conocido a este singular fenómeno de la naturaleza. ¡Otro gallo les cantaría! Aunque fuera en chino mandarín…
Jesús el incansable. Esta contribución a su Homenaje Científico pretende ser una ventana a un periodo del trabajo de Jesús ‘poco conocido’ por otros compañeros del Departamento y de la Escuela de Óptica. Entre el 90/91 y el 92/93, casi no recuerdo, atravesamos un sin vivir de peripecias y actividades frenéticas. Por la naturaleza de algunas informaciones no podré revelarlo todo, pero he de intentar que salga a la luz aquel gran tipo que era Jesús, generoso e inconsciente, en el que profundicé mucho por entonces. Como todo lo que me rodea, lamentablemente, mi vida se ha desarrollado siempre en rachas sin aliento ni descanso, dentro de espirales de estrés, casi sin esperanza ni luz en el horizonte, de las que salías poco a poco murmurándote el lema de Camina o revienta, que el Lute lo pasó peor. Así te ibas sobreponiendo a ese cansancio intenso que te invadía en tantas noches en vela. Jesús fue inseparable en aquellos años en muchas de estas ‘veladas’ y soportaba los tutes sin pestañear, con optimismo, pitillo tras pitillo. Cuando ahora me dicen que si estoy liado, siempre comento que sí, e ironizo añadiendo que cada vez más, desde 1988, cuando empecé a trabajar… Y entonces siempre me vienen a la memoria Zoido además de otros cuatro o cinco sujetos generosos, evidentemente no al uso; amigos que durante dos décadas te ha ido regalando la vida; de los que afrontaban el deber hasta el infinito, sin dudar, sin desfallecer. En esos primeros años de actividad profesional, Jesús fue ese compañero fiel que siempre te secundaba, que nunca cejaba en el empeño, y para mí siempre fue uno de los nuestros. Nunca se le ponía nada por delante, sencillamente no se aplanaba ante ‘lo descomunal’. Ya fuera por tesón, por espíritu y simpatía, o simplemente por afición, Jesús era el colega perfecto para afrontar esas tareas imposibles que tanto le motivaban.

El aterrizaje en el Departamento… y en La Cueva. Jesús “el fotógrafo” asomó tímidamente por el Departamento en la Facultad de Ciencias Físicas de la UCM, entre el 89 y principios de los 90. No sé si esto se debió a su notable afición a las instantáneas, que él mismo revelaba sin descanso en su laboratorio, en el estudio paterno en un bajo de las casas militares de la calle Maudes. Gracias a las fotos de toda clase de momentos de sus amigos, su novia Cristina, o de los conciertos y actos sociales encargados por Antonio (y su inseparable Arancha) de la revista Scherzo, fue gestándose un singular reportero gráfico que, cómo no, iba a terminar dando con sus huesos en un Departamento de Óptica. Incansable, apareció un día por nuestro Laboratorio: La Cueva. Carecía de derecho a mesa, y tenía su despacho al nivel de la tapa de alcantarilla del afamado Túnel de La Risa, en el otro ala de la Facultad, cerca de un residuo de sales radiactivas y demás ‘exquisiteces’ de la antigua Junta de Energía Nuclear. Compartía suerte, entre otros, con una chica mora, visitante del momento, Teresa Yonte, Juan Carlos Martínez, compañero de carrera en cuarto y quinto de Materiales, y no sé si seguía incluso el eslovaco Pavel Cheben. Este equipo no disfrutaba de despachos en el otro gran sótano del Departamento, nuestra Cueva, que por cierto, empezábamos a ponerla en marcha. Pero sí iban y venían, y desarrollaban su actividad normal, pues el Túnel de la risa, realmente daba miedo.

La Cueva fue la cuna de un Laboratorio que nació queriendo ser tecnológico y avanzado. Compartía rellano con la vivienda del bedel ‘Churri’, adalid de galones y libreas de la vieja guardia universitaria, gran amigo y admirador de Jesús. El Churri le tenía por lo que era, un luchador por los derechos de sus compañeros de Facultad, y gran bebedor de sangrías en el césped. Churri, su señora e hijas, y no olvidemos su ciruelo injertado de almendro, siempre nos dieron un cierto caché como Laboratorio subterráneo. Además, estaban las líneas de cuerda del rellano para colgar la ropa de deporte Quiroga - as de la época en el tratamiento de imagen y las técnicas ópticas de ensayo no destructivas. Tras sus frecuentes entrenamientos al mediodía, se duchaba en la propia Cueva, y a veces, colgaba sus exquisiteces en la entrada al complejo. Estas cuerdas de tender, para terror de Bernabeu, nos distinguían sin igual a ese extraño bastión de la I+D aplicada, ya que en una ocasión bajó con visita de compromiso y no pudo explicar ni evitar las interioridades de D. Juan Antonio, que en aquella ocasión creo recordar tocaban de color rojo.

En esos meses iniciales, Tomás Belenguer ya había partido a Enosa tras un fugaz y largo verano, después de su mili. Enrique el electrónico siguió parecida suerte buscando asiento en los mundos exteriores como el CDTI y Canarias por el IAC. El más antiguo de La Cueva era Agustín, que libraba con “su famoso montaje” una lucha sempiterna y sin igual contra las tripas sintéticas que fabricaba Viscofan para enfundar salchichas e ibéricos. Esta empresa estaba infinitamente agradecida a José Luis Escudero y al Profesor Bernabeu por haber ganado su famoso pleito gracias a un experto peritaje basado en las imágenes de un microscopio de contraste de fase del Departamento. El ínclito Mariano iba y venía a ratos en sus luchas con metacrilatos, anisotropías y láseres de helio-neón. José Miguel Boix no cejaba en el empeño de ganar a algunos de los incomprensibles elementos informáticos de la época. Alberto el cubano creo que aún seguía, tras terminar el rugosímetro holográfico de Suzpecar, mi primer contacto con el trabajo en la Cueva. Alberto andaba siempre pidiéndonos los caimancitos de los polímetros para sus medidas, haciendo preciosos hologramas, y contando fabulosas historias de su pasado en aquellas atribuladas tierras caribeñas de ensueño.

Fernando Carreño también estaba ya llegando, hológrafo en sus inicios, sin saberlo, seguía los pasos de Jesús el fotógrafo, pero una dimensión más allá, pues llegó incluso a fabricar una holocámara. Tras terminar con todo el blue-tack, fueron cambiandole las tornas, y unió sus fuerzas con Jesús al trasladarse la cueva. Con esta alianza, iniciaron debates más teóricos y académicos, que propiciaron lo que luego fue la tesis doctoral de Jesús. Gonzalo apareció para hacer montajes y poder medir autocolimación de la mano de exóticos efectos no lineales en cubetas de líquidos coloreados. Estaba dirigido por Miguel Antón, que bajaba no sin cierto horror a los infiernos experimentales, a dirigir a Gonzalo y a corroborar in situ lo que analíticamente ya conocía, y que no obstante le maravillaba.

Cuqui, Maricruz para los alumnos, también asomaba con sus sensores e interferómetros de fibra óptica de vidrio, trayendo experiencias de la afamada escuela del Profesor D.A. Jackson, de las inglesas tierras del ducado de Canterbury. Importantes personalidades de la Escuela de Óptica también se acercaban de cuando en cuando a aquél hervidero de actividad que era La Cueva. Pepe Matamoros y José Luis, andaban por las tardes haciendo no se qué cosas relacionadas con ojos (con ayuda de Tomás Belenguer, que volvía a reaparecer). Dani Vázquez, singular arquitecto de la iluminación y luchador de la óptica no formadora de imagen, tuvo sin duda un importante papel con Jesús. Éste aplicaba algunas ideas de un profesor chino - Wang Shaoming – que trabajaba dos pisos más arriba con Javier Alda, del brazo armado de los teóricos asociados a La Cueva. Éste gran oriental vino para unos meses, y a Jesús le causaba especial fascinación por las fotos que sacaba ¡Sin trípode, apoyándose tan sólo en la pared!

Y no se me olvidará José Alonso, el killer planetario de los codificadores ópticos incrementales, con su famoso cartel de No tocar: ¡Por Fagor!. A la vez de sus primeras acciones con Fagor, trabajaba en un sistema de seguimiento de pupilas para la Dirección General de Tráfico. Construyó un casco, con unas ópticas y una cámara, y como faltaba “el ojo que seguir”, rápidamente me ofrecí a llevar uno de los ojos de cristal de mi hermano mayor ¡En la Cueva no se nos ponía nada por delante!

Tomás Morlanes aprendió con él, y emigró a Mondragón para asentar lazos con la I+D de Fagor. Y no sé si se me queda alguno en el tintero. ¡Que por favor me perdone si es así!

Yo aterricé con Escudero, proponiéndole en 1988 el desarrollar “la depilación láser”. Siempre le dio miedo la idea, por eso de generar cáncer, y bueno ¡Qué os voy a contar de la ocasión que desperdiciamos! Me reclutó para el rugosímetro holográfico de Alberto, y luego ya por mi cuenta, para los tacómetros de Alcatel Standard Eléctrica. Este fue un trabajo que con la solución propuesta le quitamos – sin saberlo – a los de Teleco de Tecnología Fotónica un amplio proyecto. Años atrás coincidí con ellos, y me manifestaron siempre su disgusto, pero claro, La Cueva de Jesus & Cía era mucha Cueva. Anduve tiempo sintetizando por métodos ‘poco ortodoxos’ materiales magnetoópticos para efecto Faraday, desarrollando los sistemas de caracterización, y diseñando circuitos magnéticos para sensores de fibra óptica de plástico. Ese fue mi primer vínculo profesional con Jesús, cuando nos llegaron las ‘malditas’ fibras de plástico de la Bayer: las OPTIPOL.

Los ensayos en las fibras ópticas de policarbonato de Bayer. La I+D de La Cueva era muy variada, y altamente experimental. Una gran parte tenía una marcada vertiente práctica, y desde luego no daba para los Physical Reviews que tanto gustaban en la Facultad. Sin duda, dos pisos más arriba, en esos mundos de Dios ‘más exquisitos’ del Departamento, se nos miraba raro a la Cueva, y no sin cierta suficiencia. En aquel entorno de trabajos para empresas, en ocasiones uno se acercaba más a la pura ingeniería y la mera prestación de servicios. La gran Física quedaba a un lado, pero se intentaba acortar la gran distancia que siempre separó a la Empresa de la Universidad, algo tan cacareado y reclamado recientemente.

Fue en ese entorno en donde Zoido aterrizó, rebosante de ganas, y dispuesto a lidiar con lo que se le pusiera por delante. El primer trabajo que abordamos tuvo que ver con los ensayos a las fibras ópticas Optipol que fabricaba la central de Bayer en Alemania. Yo andaba enfrascado con Alcatel en desarrollar sensores de fibra óptica para los sistemas de frenos ABS (Anti-lock Braking Systems) que esta empresa desarrollaba a su vez para otra, la alemana Alfred Teves. Bayer quería introducirse en el sector del automóvil, buscando suministrar fibras ópticas para las futuras redes de área local de los coches. La fibra óptica de plástico, por entonces en clara expansión, surgía como una clara alternativa a canalizar las comunicaciones en el interior del vehículo, y cómo no, las señales de los propios sensores de fibra óptica. Existían dudas sobre si las fibras de policarbonato resistirían ensayos propios del entorno del automóvil: térmicos, mecánicos y químicos, sin pérdida significativa de sus prestaciones. Las de metacrilato (PMMA) no resistían, pues estaban contraindicadas por encima de 85 ºC. Las de policarbonato supuestamente eran operativas hasta los 125 ºC, límite de operación en el entorno del bloque motor.

Tras un largo verano de ensayos térmicos (frío, calor y ciclados de agosto), Jesús se me unió para los ensayos mecánicos. Uno de estos consistía en doblar 90º una fibra tensionada sobre unos cilindros de diámetro decreciente. Había que medir la progresiva degradación de la transmitancia óptica a medida que se hacían los ciclos. Todo muy sencillo, pero doblar entre 1.000 y 10.000 veces varias muestra de una fibra con diversos radios, era una labor para gente muy tenaz. Como bien pude comprobar más adelante ¡me hacía falta un Zoido! Diseñamos unas máquinas diabólicas, semiautomáticas, que doblaban y doblaban las fibras, tensionadas con pesas muy variadas, y que avanzaban y retrocedían por trayectos aéreos dirigidas por poleas. Recuerdo que en 1991, cuando me fui a casar, se quedó Zoido al tanto de varias de estas máquinas, una tarde oscura de octubre. Cuando volví, unas semanas después, el hombre seguía como lo dejé, cuaderno en mano, yin-yan, yin-yan, a mano y codo, lidiando con una de las máquinas que había pasado a ser ya manual tras estropeársele el motor. La gente de La Cueva me comentaba que Jesús no había enloquecido de milagro, pero el caso es que había resistido como un machote haciendo ¡¡varios miles de torsiones “a mano”!!

Las pruebas, tuvieron sus ramificaciones con ensayos térmicos en Industriales (UPM), y en el Departamento de Materiales de Caminos (UPM). Había que viajar con ordenadores e instrumentación a hacer pruebas fuera de La Cueva, con los famosos HP 75000 y largos programas en HP Basic, temas nada evidentes por entonces. Los test de Caminos fueron con Gustavo Guinea, que estaba interesado en estudiar las propiedades mecánicas de hilos delgados y por eso nos ayudó en lo de las fibras de Bayer. Son muchas las fotos que hizo Jesús de aquellos montajes y que he recuperado para esta ocasión. Imponentes hornos acoplados a las máquinas de tracción-compresión, las mordazas de fricción progresiva que diseñó Gustavo tensionando las fibras transparentes; todo ello entre bailes de miles de grises, luces y sombras, nítidas, bien enfocadas, bien definidas. Estos test fueron paso previo a otros mucho más delicados que con los años fue desarrollando Gustavo para estudiar las propiedades mecánicas de los hilos de las arañas.

El tema de las fibras ópticas de Bayer terminó con un par de artículos y un “suspenso” para la Bayer. Dictaminamos, en base a nuestros ensayos, y para mosqueo de los teutones, que no podrían ser empleadas en el entorno del automóvil, lo cual cerraba prácticamente la puerta a la fibra óptica de plástico a este sector. Para mí ha sido uno de los trabajos más complejos emprendidos, y como digo, gracias al incansable Jesús.

Aeropuertos y fibras ópticas para iluminación. Otro de los proyectos memorables, y cuyos restos aún conservo conmigo, fue el de fabricar balizas de fibra óptica para el centro de las pistas de los aeropuertos. Se trataba de evitar parar el aeropuerto en el caso de tener que cambiar las bombillas en las balizas de las pistas. Con nuestro sistema las lámparas estaban en el lateral de la pista, y la luz se guiaba por un mazo de fibra hasta el centro de la pista. Hicimos un sistema de iluminación con lámparas halógenas que inyectaban la luz en un mazo de fibras ópticas. Aquí es donde estaba la “obra faraónica” de este proyecto. Un mazo de 25 m de largo hecho en base a fibras de vidrio de 53 micras de diámetro hasta completar un área total de 5 mm de diámetro total (¿Cuántas fibras había que poner juntas?) Huelga decir el sufrimiento que implicó esta nueva guerra. Era otro de esas campañas militares, esta vez encargada por AENA y Alcatel Defensa, que Jesús y yo pretendíamos resolver con el máximo empeño. Cada vez que veo el mazo conseguido (está en mi Laboratorio actual) lo pienso bien y me digo: ¡Estábamos como maracas! La mañana que vinieron los de AENA y Alcatel a la Facultad a que les presentáramos el resultado final, tras 1 ó 2 días en blanco, y con Jesús en bermudas, les dimos realmente pena. Sobre todo Jesús (je, je), que le salía más rápido la barba. Creo que fue uno de mis últimos trabajos con él, pues creo recordar que también colaboré en otro tema de colimadores no formadores de imagen para Philips Lighting de Francia. Dio lugar a una patente, y al revisarlo, no entiendo por qué no estaba él entre los inventores, pues realmente creo recordar que trabajamos mano con mano haciendo conos de aluminio, y un sinfín de cosas.

El último trabajo experimental que recuerdo de Jesús, antes de retirarse a las alturas de las teorías, fue cuando le asignaron un desarrollo que emprendió totalmente en solitario. Era un mega-trabajo, en donde tuvo que instrumentalizar una gran señal de tráfico con LED rojos. Este fue un tema muy tedioso, mecánico, cableado, electrónica, etc. Además contó con una gran incertidumbre en el pago por parte de la empresa, de un cuñado de no se qué Vicerrector, que les amagaba sin piedad. Recuerdo que a través de un conocido de Tráfico, hasta les hice llegar el mensaje a la citada empresa - que se nutría de la DGT - de que si no pagaban el trabajo al amigo Jesús, serían “retrasados algunos de sus pagos y sufrirían las consecuencias”… ¡Ya no recuerdo si tuvo efecto el lance!

El caso es que luego La Cueva se cerró por las obras de la Facultad. No nos dejaron hacer la Fiesta de Despedida, prevista para un sábado de invierno por la noche. Nos engatusaron con historias relativas a que los arquitectos encargados de la reforma habían descubierto que el edificio no tenía zapatas, y que podría ser peligroso. Yo me fui fugazmente a la elipsometría para acoplarme a una beca de la Fundación del Amo de la UCM en California, pero sucedió el terremoto de Los Ángeles (1994), y ya por entonces dejé la UCM, y me cambié de trabajo. Sin La Cueva, uno no se hallaba, y aquello no era lo mismo. Jesús empezó sus andanzas más teóricas, y fue ganado para otras causas, ya fuera de líos experimentales.

¿Y qué historias no puedo contar en su totalidad? Un día de octubre de 1991 nos llegaron unos LED rojos de alto brillo a La Cueva y los encendí con Jesús en el laboratorio del fondo, solos y a oscuras. Nos miramos con malicia y nos dijimos: ¡La linterna LED! Montamos enseguida una empresa de “Linternas y sistemas de iluminación basados en LED”. Hoy en día nos habrían llenado de premios para emprendedores. Pero realmente, montar una spin-off, start-up o como quiera que se llamase, en aquella España de los inicios de la Ley de la Ciencia, y desde la acrisolada UCM, podría haber sido constitutivo de delito de apostasía, con pena de morir en la hoguera. En ese entorno, sin darle publicidad, y como no podía ser menos, nos echamos al monte con un singular equipo. Se hizo una patente, nos asentamos casi “en un garaje”, y compramos muebles de saldo de una “suspensión de pagos” de la empresa de camiones DAF. Empezamos a diseñar y desarrollar toda una serie de prototipos de aplicaciones basadas en el uso de LED (linternas, luces de llaves, guirnaldas de Navidad, futuristas sistemas de iluminación…) En mi casa, en pleno mes de abril, subía y bajaba del trastero el árbol de Navidad para las pruebas y demostraciones a conocidos. Ampliamos la gama a los sistemas de iluminación de fibra óptica. Ensayamos incluso iluminación en piscinas, y de hecho, nuestro único producto comercial vendido fue un encargo en este sentido, creo que Red Eléctrica de España (REE). En el año 92/93 les fabricamos un tele-alimentador de fibra óptica para suministrar potencia óptica a un fotodiodo a diez metros de distancia. La fibra se curó con resinas en el horno de la cocina de mi casa. Claro, yo estaba casado y era independiente; “Jesús Manuel”, así le llamaban en casa, seguía con sus padres. El artilugio era para operar en las proximidades de zonas de alta tensión con elementos dieléctricos, y gustó mucho en REE; pero la noche de terminarlo fue nuevamente terrible, casi sin herramientas ni recursos de fabricación, costó Dios y ayuda llegar a algo “presentable y profesional”. El tema de los LED iba en aumento, y alcanzó su máximo exponente de actividad cuando nos armamos de valor, e hicimos en una tabla de madera unos circuitos de ensayo con un conjunto de relés y pletinas de cobre, un sistema automático de pruebas de descarga de hasta veinte pilas de botón en simultáneo. Era un artefacto digno de una película de Boris Karloff, y la pena está en que no guardo fotografías de este artilugio “Jesuniano”. La propia Duracell – siempre tan visionaria - nos financió los experimentos mediante el suministro de ingentes cantidades de pilas. Queríamos sacar la combinación adecuada para montar un elemento para acoplar a una llave (de cerradura) y dotarla de luz. Ese montaje de prueba de pilas y LED, histórico para mí, en una de las “limpiezas” de Jesús, fue tirado y se perdió irremisiblemente. Casi hasta llegué a enfadarme por el descuido, pero al bueno de Jesús era imposible tenerle nada en cuenta ¿Y cómo terminó esta aventura? Pues lo de “zapatero a tus zapatos” nos persiguió siempre y acabó pesando como una losa. Todo el día andábamos liados diseñando y desarrollando cosas nuevas, sin pararse a rentabilizar nada; además teníamos mil y una responsabilidades en el propio trabajo del Departamento, clases y proyectos. La aventura empresarial se llevaba las noches y fines de semana, y hasta el tiempo para tomar un poco de aire, parar y reflexionar. Como era de esperar, esto dio al traste cuando, fruto del descuido y la saturación, se nos olvidó pagar los derechos anuales de la patente de la linterna LED en su cuarto año. Qué desastre! Por un impago de 4.000 pesetas, y no revisar ni el correo postal en el que nos avisaba la Oficina española de patentes, nos quedamos sin la propiedad industrial de tan útil invento. Bueno, pero siendo claros, no fue la única causa. Sucedieron muchos más acontecimientos en paralelo que provocaron nuestro colapso empresarial, la catástrofe total, y sin darnos cuenta, paramos toda la actividad.

¿Y por qué le llamo Zoido? La primera vez que le vi fue en mi tercer curso de Carrera (hacia 1986), en un bar que frecuentaban los del grupo de la tarde en Moncloa: la famosa “La Carihuela” de Meléndez Valdés. Había varios Jesuses, el Mate, Ruiz, Rodríguez, y la única manera de distinguirle era por “Zoido”. Mini de cerveza en mano, siempre apuraba hasta el final, para ver si podía terminar con las existencias. Era una máquina de beber, y muchos días, antes de retirarnos, se le obsequiaba con su canción. Era un tema a medida (¡Nunca mejor dicho!) que rezaba: Tapón, tapón, tapón, tu lo que tienes es mucho vacile; tapón, tapón, tapón, tu lo que eres es un gran vacilón... etc. Siempre se terminaba con peticiones del respetable hacia Jesús. Todo venía de que algo que a él le gustaba mucho contar, para darle la vuelta a una historia de su inseparable amigo de infancia Juan Lanchares. Claro, las leyendas al respecto se sucedían. Los más viejos del lugar cuentan que en ocasiones Jesús hacía casi por terminar con esa incertidumbre, pues también en eso era generoso, y nunca defraudaba a su público. No doy más detalles; simplemente en su recuerdo para los que estaban ahí.
De aquella época es cuando antes de terminar la carrera ganó en Moncloa, en una cervecería al lado del Sotanillo de las Tortillas, en la C/ Rodríguez San Pedro, un concurso de beber cerveza. Al segundo clasificado se lo llevó finalmente una ambulancia, y el tercero, creo que fue José Ramón, otro gran bebedor del grupo. La prueba consistía en beberse un litro cada 2,5 minutos, hasta el cuarto, y luego uno cada 5 minutos. Fue en el quinto mini, cuando al rival le restaban dos o tres dedos de cerveza, y se sabía ganador, por que a Jesús le quedaba aún más de medio vaso. Pero el astuto Jesús, a unos pocos segundos del final enganchó su vaso, abrió la garganta, y lo liquidó de un trago. Casi sin tiempo de reacción, el otro concursante intentó imitarle en un último esfuerzo, pero se perdió en el intento y terminó en urgencias.

Otra batalla que merece la pena contar - y ya es la última - fue cuando coincidí con Jesús y su clase de quinto en un fascinante viaje de fin de curso a Gandía en autobús, tras su Semana Santa del último año (1989). Yo iba por que mi novia y actual mujer, Ana, era compañera de Jesús del curso de 5º de Materiales. Como Jesús y yo éramos unos señores no íbamos a ir en autobús de línea a Gandía, y fuimos en nuestros coches, a cual más destartalado. Yo llevé mi R-5 amarillo pollito, comprado al bedel del Laboratorio de Física de 1º, en donde daba ya clases en Biológicas; casi me mato por el camino por la evidente “falta de mantenimiento” clásica de un servicio general de la UCM, en el capítulo de gomas y rótulas, pero eso es otra historia… La que fue brutal es la historia de Zoido, con su vetusto Dodge de época. A la ida le saltó una china al parabrisas y tuvieron que romperlo. Llegaron a Gandía de casualidad él, Rafa, Paco y Carmen (novia de este último) tras una travesía ‘inolvidable’. A la altura de Albacete, ya sin parabrisas, les cogió una gran lluvia, y además de calarse, no veían nada. Cualquier otro habría parado ¡Pero no! Ahí estaba Don Zoido, el tesón encarnado en persona, al que no se le ponía nada por delante. Hicieron decenas de kilómetros entrándoles el agua a lo bestia en el coche, y entre Rafa y Paco le iban secando las gafas a ratos. Hartos del agua, pararon a comprar un plástico que fijaron a modo de parabrisas sujetándolo con las puertas delanteras. Como naturalmente no se veía, hicieron un agujero por el que Jesús sacaba la cara, y a ratos la metía para que le secaran las gafas. Llegaron a Gandía, y hasta se bañaron en la playa, como si nada hubiera pasado (ver la foto de Jesús en bañador – documento inédito de hace 21 años). Y la vuelta, a Madrid, pues igual, sin parabrisas y con la granizada de rigor en Cuenca.

Desde mediados de los noventa ya sólo veía a Jesús en eventos de amigos: cenas, fiestas, cañas, bodas y demás jolgorios. Vino a mis tres ‘fiestas’: las de mis 50, 100 y 200 “mejores amigos”. En la última conocí a su mujer, y de ahí mi foto disfrazado de ‘Julio César’ con ellos, pues al igual que Jesús, yo también intentaba no defraudar a mi público.

Tras el 95 no coincidí con Jesús en nada profesional. Seguí sus derroteros por Harvard, hasta su Tesis. Respecto de su docencia, siempre me interesé por su broma (¿O no era tal?) de que cada año aserraba un poco más las patas de la mesa en la que tenían la práctica de Los Anillos de Newton en la Escuela de Óptica (para el profano, nada que ver con lo de Tolkien). Los que hemos dado Laboratorios de Óptica nos imaginamos claramente la razón... Hace unos años me volví a enrolar en el Departamento como Profesor Asociado, y cuando lo dejé, curiosamente Jesús vino a mi autodespedida. El caso es que consideré dejar voluntariamente el puesto de Asociado en la UCM (debo ser una rara avis en la Universidad Española por haber dado este paso motu propio) para centrarme en el lanzamiento de un nuevo proyecto sobre la exploración de Marte. Un día de octubre, un selecto grupo de 5-6 de mis inestimables compañeros de Óptica, amigos de siempre, fueron testigo de cómo “me cortaba físicamente la coleta”. Quiroga, Zoido, Gema, Julio, Rosa y Alberto dan fe de que ¡Ya no volveré a la Docencia! ¿Cómo es que conseguí que estuviera – y en hora - el inestimable Zoido? Amañé la despedida, y la organicé en el Iron ya que sabía que ésta era la única manera de garantizarme su asistencia.


Y aquí lo dejo. Acabo de llegar a Pekín, son las 4 a.m. locales, y hago una escala de 3 horas. En la fría madrugada china, un grupo de españoles me comentan que van a Shanghai, a la feria de iluminación ¡A comprar sistemas LED! ¡Toda una casualidad! Da mucho que pensar sobre lo que no hará ahí arriba Don Jesús, enredadno nuevamente, y mandando influjos a los de abajo…

Sé que cuando nos toque pasar por el último trance, en el que Jesús nos ha tomado la delantera, no habrá problema alguno con las cañas. Zoido estará en el Cielo, jarra en ristre, esperándonos uno por uno en la barra de ese Iron celestial que tuvieron que inaugurarle San Pedro y compañía precipitadamente, para recibirle como se merecía. Hasta entonces, Jesús, si ves que por ahí arriba aún no han hecho las Pirámides, la Gran Muralla China o alguna de esas pequeñeces, no las quiera abordar tú solo, espérate a que llegue ¡Qué ya las empezamos juntos! Dispondremos de toda una eternidad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Acabamos de cerrar ya el libro homenaje, que se ha enviado a la imprenta. Todas las contribuciones recibidas están en él. La verdad es que estamos impresionados por la acogida que ha tenido esta iniciativa, tanto por el número de aportaciones (35 textos de recuerdos personales y 4 comunicaciones científicas) como por la calidad y emotividad de las mismas. Por ello, queremos agradecer a todos los que se han implicado en este proyecto, que ahora ha culminado.

Sin embargo, como ya sabéis, el blog quedará abierto para siempre. Podréis seguir enviando textos que, aunque ya no se incluyan en el libro, podrán ser accesibles para todos los lectores por este medio. También podréis comentar los existentes. Se incluirán aquí, llegado el momento, las transcripciones de las alocuciones del homenaje del día 19, y material gráfico.

Esperamos, por tanto, seguir recibiendo vuestras visitas y, por supuesto, contar con vuestra presencia el próximo 19. De nuevo, muchas gracias: creo que hemos estado a la altura de lo que Jesús merecía, y Jesús merecía, y merece, muchísimo.

Hasta siempre.

Agustin

Emotivista, Jesús, emotivista, por Íñigo Ortiz de Urbina

Hace años que me desperté escuchando cómo mi madre llamaba a mi tía y le decía que mi padre se había desplomado, que no sabía si estaba muerto (lo estaba). Opté por seguir en la cama, esperando que fuera un sueño (no lo era). Siguió el ruido y siguieron los acontecimientos, y mis hermanas y yo nos juntamos en mi cuarto escuchando cómo se desarrollaba todo, sin atrevernos a salir a la realidad del salón. Al cabo de un rato mi madre entró, nos dijo lo que ya sabíamos y nos dijo que podíamos besar a mi padre (su cadáver).

Veintiséis años después, salgo corriendo de la ducha porque un utensilio entonces inexistente me avisa de que me llama “Jesus_Zoido”. El agua me resbala mientras te respondo a los gritos: “Zoido, ¿qué haces levantado?”. Me contesta otra voz. “Soy Zoido, sí, pero no soy Jesús. sino su hermano”. Mierda. “Te llamo porque sé que ERAIS amigos”. Mierda, mierda. “Jesús ha fallecido”. Mierda, mierda, mierda.

Nos conocimos en tu año en Harvard, cuando apareciste con esa horrible americana color vino, y para mí siempre seremos el CD de Jarabe de Palo que me había regalado María y que tú fingiste haberme devuelto (y me devolviste meses después, capullo). Y nuestra conversación bajo la lluvia. Claro que te acuerdas.

Marzo de 1998, Jesús, y tú y yo bajo la lluvia. Había un soportal, es verdad, pero a los dos nos gustan demasiado el vino y el drama, y ahí estábamos: a cinco metros de guarecernos, pero bajo la torrencial lluvia. Tú me insistías en esas tonterías sobre las que discutiríamos años y años, hasta que te has borrado de la discusión: cómo demonios podía yo estar tan seguro de que había cosas correctas y cosas incorrectas; dónde, en tus queridos espacio y tiempo, encontraba yo un sitio para el bien y el mal. Dónde, en ese espacio y ese tiempo, encontraba la certeza de que mutilar niñas y encelar mujeres tras espesos burkas estaba mal. Y yo, siguiéndote el juego, argumento tras argumento. Y tú, argumento tras argumento, intentando joderme los míos. Dos peleones, cada uno desde nuestra esquina. Y mi argumento ganador: si todo fuera tan banal, por qué cojones te preocupas por cómo vives tu vida y qué les haces a los demás (y ése fue el problema, Jesús: que tú no querías preocuparte por cómo vivías tu vida, pero sí por lo que les hacías a los demás, y en realidad ambas cosas son lo mismo).

Nunca te acordabas del nombre de aquello que pensabas. Por última vez: emotivismo, Jesús, emotivismo. Así se llama a pensar que los juicios sobre el bien y el mal son sólo expresiones de lo que uno piensa, de sus emociones, lejos de la verdad y la falsedad que tanto os gusta a los físicos. Pero no eras el primer emotivista listo de la historia, y tampoco eras el primero en ser una contradicción andante. Muchos han sostenido teorías sobre la ética tan estúpidas como la tuya, y ellos también las han negado día a día con sus acciones. Mientras otros afirmaban la existencia de grandes verdades sobre la justicia sin mover un dedo para hacerla realidad, ellos negaban que la justicia fuera algo de lo que pudiera hablarse con sentido, pero peleaban a muerte por ella: Russell montaba su tribunal contra Estados Unidos por Vietman; a un viejo Ayer le partían el hombro en una manifestación contra la segregación racial en Sudáfrica. Como ellos, tú eras capaz de negar contumazmente la relevancia de cualquier juicio ético durante dos horas, para treinta segundos después partirte la cara por aquello que considerabas justo. Su contradicción, y la tuya. Una vida dedicada a convencer a los demás de que nada importaba, cuando para ti importaba todo. San Manuel Bueno, a la inversa. Y ahora te has ido y ya no podré convencerte de que dejes de decir tonterías, capullo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Recuerdos de Jesús, por Óscar Esteban

Mi primer recuerdo de Jesús se remonta a lo que fue mi primer día en el Departamento de Óptica. Aunque ya había estado trabajando allí de forma esporádica, no fue hasta entonces que bajó Agustín al túnel del sótano para llevarme a ver la defensa de tesis de Jesús.
Recuerdo que cuando empezó a hablar sentí esa envidia que se tiene al que ya ha hecho lo que el resto aún no hemos empezado. Recuerdo la explicación del espacio de color, la definición de métrica en ese espacio, el contacto con algo tan desconocido para mí como las elipses de MacAdam…

Después se incorporó a la Escuela de Óptica y el contacto se relajó hasta el momento en que yo también aterricé por allí en uno de esos cursos para posgraduados que se solían impartir desde el departamento. En una ocasión necesité de su ayuda para montar un experimento de espectroscopía. Fue entonces cuando descubrí su entrega, su generosidad y, por supuesto, la amplitud de sus conocimientos.

Desde entonces, aún de forma esporádica, siempre nos entreteníamos a charlar de sus aventuras en motocicleta, sus viajes y sus cuentas. Esas realizadas entre el bullicio del pub donde coincidíamos un grupo de investigadores para tomar unas cervezas y comentar nuestros últimos problemas o soluciones.

El día que me enteré, tenía que actuar como tribunal en la exposición de un Trabajo Fin de Carrera. ¿De qué trataba? Seguro que algo en principio también desconocido. ¿Qué importa? Al final, siempre podemos relacionarlo con algo que si sabemos, ¿verdad Jesús?

Ahora ya no habrá más cerveza, no habrá más viajes, si permanecerá el recuerdo de su amplia sonrisa cuando le preguntabas por algo en lo que estaba enfrascado.
Hasta siempre, compañero

martes, 2 de noviembre de 2010

Homenaje a Zoido desde Alicante, por F.M. Martínez Verdú

Estimados compañeros:

Tras leer varias entradas en el blog dedicado a Jesús, solamente me resta añadir pocas cosas sobre él. En primer lugar, alabar esta iniciativa del blog en todos los sentidos.

En todo caso, lamentamos profundamente su ausencia en el pasado IX Congreso Nacional del Color, un participante asiduo desde quizás las primeras ediciones de los 90.

Realmente fue un gran choque emocional enterarnos de su pérdida, y estoy convencido que su pérdida no ha dejado a nadie indiferente en el Comité Español del Color, porque estas cosas, cuando pasan, y a gente joven, te da para pensar sobre el sentido de la vida y sus prioridades, que muchas veces, en la vorágine cotidiana del trabajo se nos olvida demasiadas veces. Recordemos que “lo prioritario no siempre es lo más urgente”.

Desde Alicante, desde el grupo de visión y color, también le echaremos de menos, ya que justamente a lo largo de los últimos 2 años habíamos empezado a interactuar con él y Josemi para aprovechar mejor en equipo los resultados de la tesis doctoral de Josemi sobre observadores reales y apariencia del color. Y en eso estábamos, a trancas y barrancas, con mil gestiones diarias en nuestro quehacer universitario, dándole impulso y forma a un nuevo artículo para la revista Color Research and Application, que sobrevino la pérdida irreparable de Jesús.

Sin embargo, al repasar el blog, admirar la gran acogida que ha tenido entre sus colegas, amigos y familiares, no tengo más que decir que siento una “envidia” muy sana de que Jesús sea recordado así, para siempre en la RED, por los suyos, porque seguro que SE LO MERECE.

Así que, desde la distancia, para cuando llegue el momento de recordarle en su homenaje (presencial), solamente me gustaría añadir unas frases para reconfortar a los que todavía seguimos, y le recordaremos por siempre:

· El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora. (Debra Winger a Anthony Hopkins en Tierras de penumbra)

· El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces. (Anthony Hopkins al final de Tierras de penumbra)

GRACIAS, JESÚS, POR HACER EN VIDA UN POCO MÁS FELICES Y BUENAS PERSONAS A LOS QUE TE RODEARON Y ACOMPAÑARON.

Un afectuoso abrazo a todos, y seguimos en contacto!

Verdú

De cuando era pequeño y mis mayores no lo eran tanto, por José María Rico


¿Qué se hizo de la Tabla de Bacon, de la Velocidad, de la Energía, qué se hizo? ¿De la ecuación tarde o temprano resuelta, del problema imaginario, de la circulación y de la sangre? ...
LEOPOLDO MARÍA PANERO, Al oeste de Greenwich

La primera vez que oí hablar de Zoido fue en una mañana de invierno de 1997. A unos cuantos frikis nos dio un flús, así como un respingo raro, cuando oímos a Eusebio Bernabéu afirmar que un doctorando suyo había emigrado a América para despabilar a un Premio Nobel. Eso entendí yo, claro, y pensé que lo que había que despabilar a esa hora -la de alba sería– eran mis entendederas: “lo del Nobel es que no he desayunado bien”, creí. En el descanso me tomé un café, y al volver no me quedó más remedio que despertarme del todo, porque Bernabéu anunciaba que el protagonista de esta historia había tenido que demostrar una versión más potente del teorema central del límite para abundar en la investigación que llevaba a cabo.

La mañana de que hablo ha quedado perenne en mi memoria de esos años, como otros recuerdos de entonces que, por queridos u odiados, tienen un relumbre especial, distinto al común de los que fui lañando en el tejer de aquellos días.

Tan vivo como esa mañana es aquél en que Bernabéu, que a mis ojos tiene trazas de aparición mariana –es una licencia poética, profesor- se presentó en clase de Gravitación y Cosmología, Alberto Galindo mediante, para hablarnos de los proyectos de investigación en el Departamento de Óptica.

No sabe uno cuándo la vida le va a dar un vuelco, y ejecuté la voltereta en el Grupo Complutense de Óptica Aplicada, al terminar la carrera, bajo la tutela de José Alonso, primero, y posteriormente bajo el paraguas definitivo de Javier Alda.

Miento si digo que no pasé las tres primeras semanas flipao con la gente que trabaja allí, especialmente con Agustín. En mi casa, hablaba más de los integrantes del Aserejé que del trabajo que me había sido encomendado por mis tutores. Un ejemplo de cómo funcionan las cosas era la costumbre de dar apodo al “nuevo”, tan consustancial al miembro del AOCG como al fraile el hábito. Conocí entonces a “El Chamo”, contra-alias Héctor Canabal; “Informix”, contra-alias José Antonio Gómez Pedrero; “Pikachu”, contra-alias José Bienvenido Sáenz Landete y un etcetera larguísimo que terminaba en el “Gordo Cabrón”, alias “Big-Foot” y otros alias diversos, a quien temía y respetaba, no sé más si lo uno o lo otro, Juan Antonio Quiroga. Yo me quedé en Chemita, menos mal.

Mis horas pasaban entre el alucine y la lectura de artículos de investigación, y en una de aquellas semanas, Javier me habló de la conveniencia de mantener una reunión con todos los que estábamos involucrados en el proyecto que tenía entre manos. El nombre de éste era Antenas Ópticas.

Al día siguiente, nos juntamos José Manuel López Alonso, Javier Alda, Jesús Zoido Chamorro y quien firma en la sala que el Departamento había habilitado para estos menesteres (no tengo la certeza de haber nombrado a todos, ¡corregidme!).

Y de esta forma, conocí a Zoido -así le he llamado siempre- no como presencia metafísica, sino como el tío majo que era. Sin embargo, no vinculé el apellido de Jesús al azote del Nobel que había hecho las Américas hasta mucho más tarde.

Ese tarde fue el pronto que le dio a Javier a mitad de mi tesis. Cogimos los bártulos y una mesa holográfica. Y nos instalamos en la Escuela de Óptica (Pasado un tiempo, comprendí que aquel comportamiento extemporáneo de mi jefe obedecía a una reflexión meditada antes que a un estado de locura transitoria. Sus frutos ha dado, y bien que mereció la pena.)

Entre que llegaba esa vendimia, trabajaba, era presentado a gente nueva, y charlaba con aquellos pocos que ya conocía de antes. Entre estos estaba Zoido (como ya han dicho algunos, Jesús era un gran conversador)

Una tarde, hablando con Javier en su despacho, se me encendió una luz. Éste me mostró la tesis de Zoido, y caí en la cuenta que aquel doctor del Departamento que había trabajado con Glauber…¡no era otro que Jesús!

Así llegué a conectar aquel suceso con éste, y, desde entonces, cada vez que veía a Jesús en la moto o por los pasillos, no dejaba de imaginarme cómo habrían sido esos años con los yanquis, y a qué se habría dedicado allí.

Alguna vez le pregunté sobre el particular, más a medida que mi contrato se acercaba a su fin, y un día, en el hall de la Escuela, me animó a irme fuera de España, como él había hecho cuando le tocó, y vaya año que me he dado en Francia.

La última vez que supe de Jesús fue en un Star-Bucks, en la glorieta de Bilbao, una tarde, hace unas semanas. Tuve que llamar a Javier Alda para preguntarle si lo que el correo decía había pasado de verdad. Y desde entonces, una astilla molesta, un metal apagado, una penumbra; no pensé, no creí, la verdad, Jesús, que tu nombre fuese un lugar de nuestra alma.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Desde tu despacho, por Fran Arrieta

Escribo esta carta fundamentalmente para la gente que te conoció mucho mejor que yo, tus compañeros de la escuela, que ahora son los míos; tu familia, de la que sólo he oído hablar… Han sido casi tres años viéndote por aquí, en el despacho que compartías con Josemi, y un año y medio compartiendo asignatura. Ahora ocupo la que era tu mesa, donde todavía quedan papeles tuyos, y a veces siento que la apisonadora de las obligaciones, la tesis, las prácticas… me obligue a mostrar indiferencia ante esto. Como si sólo hubiera cambiado de ordenador. Ojalá que de estar en tu despacho se me pegue esa pasión que tenías por el oficio de investigador y de profesor. Y por África (esa camiseta por la libertad del Sahara), y por tantas otras cosas que desconozco, pero que te hacían alguien especial para tanta gente. Antes ya sentía un poco de curiosidad hacia tu persona, y ahora, que tengo enfrente tus archivadores, tus papeles, la corchera donde todavía hay cosas tuyas, la curiosidad se acentúa y siento no haberte conocido mejor.

Compartir asignatura contigo ha sido una de las experiencias más importantes que he tenido. Sé que me gusta enseñar, y en mi primera experiencia docente has sido uno de mis mentores. He aprendido mucho de la forma en que llevabas las cosas, a no ponerme nervioso con los incidentes que van surgiendo (bueno, a esto todavía tengo que aprender), tu trato con los alumnos, tu manera clara de explicar… Que sepas que este año he heredado el marrón de las prácticas de óptica física, y, créeme, el primer año con el grado en esta asignatura ha sido muy interesante…

En fin, que desde alguien que justo empezaba a conocerte, se te echa de menos. Te recordaré como alguien imprescindible en la escuela y de cuya mano comencé a dar clases. Hasta siempre.